Tuesday, December 26, 2017

Felizmente Pelados



La lamentación no retrocede el tiempo cuando ocurre un accidente, pero una buena actitud detiene el malestar. Una actitud relajada y una pizca de buen humor dan color a estos momentos grises; hacen que estos recuerdos provoquen sonrisas al llegar a nuestra mente.

Mi primera vez. Aprendiendo.
Andar en motocicleta se ha convertido en "el pan nuestro de cada día" desde que me mudé al extranjero. Ha hecho que cada día sea una aventura extraordinaria. Recuerdo con cariño -en mi segundo viaje al país- a mi primer instructor de manejo Neftalí, quien con sus consoladoras palabras me decía: "móntate y dale pa' lante, si te caes del piso no pasas". De esta manera me libró de los temores y me animó a conducir. Dos días de práctica me bastaron para embarcarme solo hacía un campo llamado Pedro Corto. A treinta minutos por la transitada carretera quedaba. Nunca imaginé que esta sería la primera de incontables travesías parecidas en este medio de transporte.

Con Ana Karen.
La primera víctima.
Siendo estos vehículos algo inseguros no faltaron las caídas inevitables. Recuerdo mi primera y más aparatosa andando con Ana Karen. Esta pobre joven inocente -que ni bien se agarraba de mí por vergüenza- sufrió el primer accidente conmigo. Íbamos del parque al grupo muy frescos y risueños bajo el frío mañanero. De pronto, un pequeño y peludo perro que se encontraba en el lado contrario de la carretera de un susto saltó frente a mi rueda. No tuve tiempo de frenar ni de esquivarlo, pero ingenuamente pensé que le ocurriría como a los múltiples animales que mi madre atropelló con el auto de camino a la escuela en las mañanas (le decían Cruella De Vil). En este caso no fue igual. Se pilló entre la rueda y el suelo y lo próximo que vi fue el asfalto de cerca. Según los testigos yo volé y ella voló por la arbolada, fue algo "trambólico". Metros de distancia separaban al motor, a Ana Karen y a mí. Al levantarme veo a Ana Karen un tanto pelada y al motor un poco averiado. Se dice que por donde Ana Karen raspó el asfalto con los dientes ahora hay un badén. Al instante, nos subimos otra vez en la motocicleta y seguimos a donde se reunía el grupo para curar sus heridas. Creo que en ese momento comencé a alimentar el odio en el corazón de esta pobre joven al sentarla en una cubeta y restregarle todas las heridas con agua fría y jabón de "cuaba"(resina). Al fin y al cabo sobrevivimos, ¡hasta el perro! Aprendí que es mejor chocar un árbol que pisar un perro y que jabón de cuaba pica como el... Bueno, eso lo aprendió Ana Karen.

Mis heridas en la piel y en el orgullo.
Pasando el tiempo Vivian Alexandra -quien acababa de llegar al país- sufrió su caída en su primera salida al servicio. Temprano en la mañana muy alegres y contentos en la motocicleta íbamos Vivian, Estrella y yo. De pronto, la imprudente pero inevitable brisa hizo volar la boina de Vivian. Ante semejante tragedia tuvimos que detenernos y virar, sin imaginarnos la catástrofe que se avecinaba. Nunca pensé que tres personas fuéramos a pesar tanto, pero cuando llegué a darme cuenta de este hecho ya estábamos en el suelo. Estrella, como estaba atrás simplemente se levantó de la motocicleta y vió el espectáculo. Vivian que estaba en el medio -al no poder entender lo que ocurría- se quedó acostada en la carretera como si de una escena del crimen se tratara. Quizás, mientras yacía en el asfalto, analizaba cómo su primera salida en motocicleta había acabado así. Yo simplemente me aferré al acelerador y me arrastré como trapo viejo. Al menos nadie resultó gravemente herido. Sólo yo tuve algunos rasguños y mi orgullo como motociclista de carga pesada algo afectado.

Con Clary quien, como pueden ver,
 aún me guarda rencor;
y con Yawil quien me avisó.
Otra víctima fue Clary de los Santos quien con su coqueta mirada y rostro angelical evoca la imagen de una indefensa criatura. Cierto día andábamos por un escabroso camino hacia un campo. Muchas piedras entorpecían la vía. De pronto, al pisar una grande y poder superarla, vigoroso me sentía. Aún en mi mente reconocía lo buen chofer que me creía cuando Yawil quien andaba delante se detiene y me vocea: "¡Se cayó Clary!". Aún rodada metros atrás esta pobre criatura que como barril en una pendiente daba tumbos sin parar. Pero algo sí fue impresionante, la pomada para el cabello que utilizaba era de lo mejor. Ni un mechón de cabello fuera de sitio tuvo. Al menos tampoco ningún raspón del que preocuparse. Nunca más se ha vuelto a montar conmigo. Supongo que es porque se le terminó la pomada y no quiere arriesgarse a despeinarse.

La causante de la
vergüenza pública.
Con la herida en el codo y
el bochorno en la cara.
La tercera de mis caídas fue la más dolorosa, al menos para mí orgullo. Mi madre había horneado pizza una noche después de la reunión. Ante su seria amenaza de tener que comerla con agua Michael y yo decidimos salir al colmado a comprar Coca-Cola. En una mochila entramos tres botellas de vidrio para rellenarlas y nos fuimos en la moto de Gregorio para más facilidad. Llegando al colmado nos abastecimos del néctar sagrado y salimos para irnos. Siendo un sábado en la noche el "chimi"(negocio de hamburguesas callejeras) frente al colmado estaba abarrotado con los "tígueres" del barrio. Un poco amenazado me sentía, así que deprisa nos subimos al motor que apenas había manejado. Lo encendí, lo aceleré, y solté el "clutch" para rápido irme de ahí... grave error. En una goma salimos de la escena. Lo próximo que recuerdo era verme estrellado en el suelo y escuchar a los "tígueres" reírse y gritar: "Oh oh, pero el americano quería 'calibrar'("wheeliar")". Creo que más rápido de lo que nos caímos nos levantamos y nos fuimos. Demás está decir que al día de hoy no me han vuelto a ver ni la sombra por este colmado. Solo sufrí un rasguño y el motor un espejo roto. Michael se peló la rodilla, pero se dice que donde dió con el codo hay un cráter todavía. Al menos la historia tuvo un final feliz, pues, las botellas de vidrio quedaron intactas y nos pudimos comer la pizza como se debe, con Coca-Cola.

Con Kesia, mi
compañera en el dolor.
Mi cuarto y más reciente accidente al menos dió mejor testimonio. Cargar el exhibidor de la predicación pública es todo un reto cuando andas en motocicleta. Era yo todo un experto en esta acrobacia. Cierto día andando en motor de Zuleika, Kesia y yo nos dirigíamos al mercado temprano en la mañana. Llevábamos el exhibidor como remolque por la carretera. Pensábamos que era una buena idea hasta que convenientemente el carrito encontró un hoyo frente al hospital. Al volcarse Kesia lo levantó y como péndulo nos chocó. Yo frené de golpe y el resto fue algo "trambólico" también. Pero, quienes volaron en esta ocasión fueron las publicaciones. Al instante, los "concheros"(moto-taxi) y toda la multitud que nos rodeaba acudieron a socorrernos. Nos ayudaron a levantarnos y a recoger las publicaciones. Una señora hasta se acercó a nosotros y se llevó las revistas más recientes. Si Jehová aprovechó el momento para que ella tomara las revistas espero que gracias a ello llegue a la verdad. Ni la moto ni el carrito sufrieron daños. Kesia sólo tuvo tres puntitos en la mano. Yo en cambio me raspé el codo y la rodilla. Luego seguimos al mercado y estuvimos las dos horas en el servicio. Dos días después por poco voy en pantalones cortos a la Asamblea Regional que tuvimos, pero al fin y al cabo todo sanó y el testimonio se dió.

De estos eventos algunas lecciones aprendí. Aprendí que pisar un perro en moto es igual que pisar una mina terrestre y que el jabón de "cuaba" es multiusos. Aprendí que virar con peso no es buena idea y a de vez en cuando hablar con el pasajero para asegurarme de que no se haya caído en el camino. Aprendí también que el "clutch" se suelta suevamente y que el exhibidor se carga y no se remolca. Pero sobre todo aprendí que el miedo sólo nos restringe de disfrutar al máximo de estas aventuras y que el buen humor hace que estos trágicos momentos sean gratos recuerdos en nuestra memoria.

Wednesday, March 22, 2017

El Velorio Rural Dominicano

EL TRABAJO llena los bolsillos, pero las aventuras llenan el alma. Son estas experiencias las que al pasar los años nos da la seguridad de que tomamos la mejor decisión. Me resulta interesante en lo personal ver otras culturas. Me fascina el lograr entender el porqué de las diversas costumbres que se llevan a cabo en las comunidades aisladas.

Recuerdo mi primer velorio dominicano. Les cuento que fue toda una experiencia. Siempre he estado familiarizado con el modus operandi de estas exequias; ya que gran parte de mi niñez la pasé con mis abuelos. Estos tenían más de 10 hermanos cada uno, así que, casi semanal moría algún: hermano, tío, primo, vecino, amigo, enemigo, etc. A corta edad yo era todo un catador profesional de chocolate caliente y pan sobao', y un excelente corredor de bienes raíces fúnebres. Sin embargo, no me bastó esa experiencia adquirida para lo que estaba a punto de ver.

La caravana fúnebre
Fue en mi primer viaje al país. Cierto día, Clary Pérez, quién servía en la congregación local de lenguage de señas me invitó a un estudio sordo que tenía. Al terminar, me dice, que iríamos a un velorio de la madre de alguien que conocía. Al llegar a la funeraria, todo se veía bastante tranquilo, pero en ese preciso momento deciden llevarse al muerto. Todo era confuso, sólo recuerdo que las mujeres decían "guay, guay, guay"  y se desmayaban. Yo entendía que se preguntaban "why?" en inglés; así que deduje que la familia de la fenecida era gringa. Al salir de la funeraria colocaron el féretro en el carro fúnebre. Mientras se dirigía a paso de tortuga al sepelio le seguía pie toda la multitud, precedida de la patrulla motorizada que se encargaba de recojer a las mujeres que se "ponían malas" en el camino. Grande fue la impresión que causó semejante escena en mi joven mente. Sin embargo, no sería la única vez que presenciaría un acontecimiento como éste.

El alcoholado o "berrón"
con las hojas de guanábana.
No me bastó lo que vi en esa ocasión, para no regresar a semejantes exequias. Dos años después ya mudado al país muere el abuelo de alguien conocido. Asistí para "cumplir" como deber cultural. Al llegar, veo un ambiente más calmado y sosegado. Me senté en una posición estratégica para observar todo lo que ocurría. Al rato, llega una de las hijas del muerto. Muy serena y tranquila se encontraba, pasivamente y sentada conversaba. De pronto, llega un familiar que la abraza por la espalda. Creo que fue el botón de pánico que le presionó, porque le comenzó una descontrolada aflicción. Tanta fue su congoja que mientras aún estaba sentada un desmayo le sucedió. Yo, con mi experiencia medica aficionada voy a examinar si se trataba de un desmayo o si el muerto se duplicó. Al palparle la yugular siento un debil pero presente latido. Confirmando mis sospechas de que se trataba de un simple desmayo, ordeno a que tranquilamente se le levanten las piernas. De esta manera ayudaba a aumentar su presión sanguínea. Todo transcurria en orden y calma, hasta que llegó la noticia a los oidos de la madrina. "La doña se puso mala" le decían. A mala hora se enteró. De repente, despavorida salió la madrina de la casa, con alcoholado y hojas de guanábana en mano. Yo aún le sugetaba la mano a la desmayada y trataba de que le dieran espacio para que el aliento le recobrara. En vano resultaron mis esfuerzos. Pasándole alcoholado por la frente y hojas de guanábana por los pies la madrina decía: "¡Te ordeno que salgas de ella! ¡Que dejes salir esa tristeza!". La doña balbuceaba hasta que dejó salir un grito estruendoso y comenzó a retorcerse. Lo triste de la situación no era el caos del todo, era que mi pobre mano la tenia agarrada aún la doña. Solo les digo que por poco pierdo la mano retorcida. En un punto no se sabia quien gritaba más, la doña en su asunto o yo en mi dolor. Almenos nadie resultó herido. Solo terminé yo con un buen susto y mi ego médico averiado.

Cruzando la empalizada
de alambre de puas.
Pasando unos meses y ya estando mis padres en el pais fué que entendí el asunto mejor. Cierto día, predicábamos en campaña por una comunidad rural de San Juan llamada El Ciruelito. Cómo de costumbre, llegamos en motocicletas adentrándonos en el campo. Al llegar resulta que en una de las casas estaban esperando a que llegara un muerto que traían del pueblo con el objetivo de velarlo. Cuando llegó el muerto -quién era una bisabuela de la dueña de la casa-, comenzó el velorio con los gritos de todas las mujeres. No importaba si era familia o del vecindario todas llegaron a llorar al muerto por igual. Esto se debe a que según la costumbre local quien no llora al muerto no lo quería. Esto desencadena un curioso escenario. Cada vez que llegaba a una: tía, prima, hermana, sobrina, amiga, enemiga, vecina, conocida, etc. comenzaba otra vez la gritería. Como si al hacerlo acompañaban al nuevo integrante del velorio en su dolor. Era curioso como desde que llegaban y se bajaban de la camioneta dónde usualmente venían, se "etericaban" (poner todo el cuerpo tieso), asi que los hombres tenian que ayudarlas casi cargándolas hasta entrar al lugar. Así están por 9 días y se repite la gritería cada vez que llega algún pariente de la capital o de donde sea. Al menos al muerto lo entierran máximo al segundo día. Luego se pasan los próximos 6 días jugando dominó bajo la lona de saco que ponen frente a la casa para guardar el alma durante los nueve días que resan y así le aseguran "la entrada al cielo". Extraña costumbre, ¿no es verdad? Ese día aquel campo se encontraba desolado. Todo el mundo estaba en el velorio. Parece que el "Chenchén con chivo" estaba bueno o por agotarse, ya que ni un alma rondaba los predios. Recuerdo que, para poder dejarles la invitacion que le llevábamos tuve que pasar por debajo de la empalizada de alambres de puas en algunas casas para llegar a la puerta y dejar la invitacion en un lugar seguro.

En fin, de las experiencias aprendí varias cosas. Primero, aprendí a visitar un velorio luego del noveno día. Segundo, a nunca preguntar quién era el muerto a alguien que ya está tranquilo. Esto ocasionará un efecto dominó de gritos imparables. Tercero, aprendí que cuando gritan "guay" no están reclamando "why? (¿porqué?)" en inglés. Simplemente es una expresión de dolor o asombro. Cuarto, aprendí a dejar que las cosas fluyan y a no creerme médico cuando la madrina está presente con el alcoholado y las hojas de guanábanas. Y quinto mi madre aprendió a  no pasar con la guagua por debajo de una lona fúnebre a menos que quieras llevartela enredada en la capota y profanar las exequias.

Pero algo sí aprendí de estas experiencias. La empatía dominicana es inigualable. En estas comunidades rurales uno ve cómo toda una comunidad se une en apoyo a la familia del difunto. Se ve cómo el dolor ajeno se convierte en el propio. Y se ve cómo la compasión los impulsa a no escatimar en gastos para que los dolientes sobrelleven su pena. Una cultura admirable cuando de relaciones humanas se trata. Habiendose dicho todo esto, llegué a una conclusión: el dia que me muera quiero un Velorio Rural Dominicano "¡Guay, guay, guay mi mai'!".