Wednesday, August 31, 2016

Corriendo Ganado, Comiendo Motocicleta y Montando Arroz

Las aventuras pudieran ser peligrosas, pero la rutina es letal. Eso lo he comprobado en mi servicio en Quisqueya. Cada día resulta necesario tener la osadía de enfrentarse a lo que venga con una actitud positiva. Cómo si andar en motocicleta no fuera suficiente aventura, el quedarse sin gasolina, o que se le pinche una llanta completa la experiencia. Les relataré varias anécdotas que han hecho de esta aventura una única e inolvidable.

El justo momento en que huía de la vaca.
Las buenas experiencias en el ministerio llegan a ser tan comunes al servir en el extranjero, que llega el punto que son las jocosas las que uno más recuerda. Cierto día andábamos con el grupo en Hato del Padre (campo a 30 minutos del pueblo). Ya como de costumbre, habíamos comenzado a visitar las personas como hacíamos todos los viernes en esa zona. Sin embargo, ese viernes sería uno singular. Me encontraba yo frente a una casa con Willi. Mientras allí estábamos, veíamos y admirábamos lo más frescos y tranquilos cómo dirigían una vacada por la calle para moverlas a otro cercado. De pronto, un desesperado motorista pasa por el centro de la manada tocando bocina. ¡Error craso! En ese instante, el toro que iba a la cabeza se asustó, y como ruta de escape escogió el camino donde andábamos. No sé si fue cobardía o instinto de supervivencia, pero como no tenía tiempo para analizarlo en un parpadeo Willi y yo corríamos como dos gacelas con el toro atrás. Mientras protagonizábamos semejante persecución, buscábamos algún lugar por dónde entrar y así salir de su camino. Pero, la cerca a nuestro lado parecía infinita. Así que, viviéndome el papel de la gacela, salté la empalizada a mi lado y caí en el balcón de una doña con quien Magnolia, Yonaika y Ana Karen conversaban. No morimos por el toro, pero estuvimos a punto de morirnos de la risa. No hay duda de que, las personas de la zona quizás no recuerden el mensaje, pero si recordarán lo buenos atletas que somos en las carreras con saltos de vallas. En otra ocasión andaba con Willi jugando con un becerrito. Muy tranquilo estaba yo y no me percataba del peligro que me aguardaba. Detrás del matorral la vaca madre me acechaba. De pronto, el becerro se levanta y es en ese momento que me doy cuenta que estaba cerca de una corneada. Willi sólo me retrataba y con gran habilidad capturó el justo momento en que corría despavorido con el rostro atormentado. Luego me di cuenta que en vez de cambiar mi estrategia en el servicio, era el compañero que tenía que cambiar para evitar incidencias con vacas o toros al predicar.

Mis heridas de la caída.
Estando ya acomodados y bastante aclimatados, llega nuestro turno de devolver el favor. Mostrar hospitalidad a otros como a nosotros se nos mostró. La primera de mis amigas en visitar fue Vivian Alexandra vecina y casi hermana carnal que vive a tres casas de mi antiguo hogar. Como si años de anécdotas no bastarán, ahora nos tocaba añadir historias a nuestro libro de recuerdos. Durante varias semanas se hospedó en casa de los Sedas haciendo de esta aventura una inolvidable. Me resulta imposible olvidar su primera salida a predicar. Alegres y risueños en la motocicleta andábamos Vivian, Estrella y yo. De pronto la imprudente pero inevitable brisa hizo volar la boina de Vivian. Ante semejante tragedia tuvimos que virar, sin imaginarnos, la catástrofe que se avecinaba. Nunca pensé que tres personas fuéramos a pensar tanto. Pero, cuando llegué a darme cuenta de este hecho, ya estábamos en el suelo. Estrella como estaba atrás simplemente se levantó de la motocicleta y vió el espectáculo. Vivian, que estaba en el medio -al no poder entender lo que ocurría- se quedó acostada en la carretera como si de una escena del crimen se tratara. Quizás mientras yacía en el asfalto analizaba como su primera salida en la motocicleta había acabado así. Yo simplemente me aferré al acelerador y me arrastré como trapo viejo. Al menos nadie resultó gravemente herido, yo sólo tuve algunos rasguños y mi orgullo como motociclista de carga pesada algo afectado.

Gregorio, Yonaika, Nathalie y Vivian
sobre el fardo de arroz.
Pasaron los días y otra anécdota recuerdo que tuvo. Gregorio -quien servía de Precursor Especial junto a Yonaika su esposa- tenía asignado o el Discurso Público en Padre Las Casas. Hora y media duraba el viaje, por esta razón consiguieron una pequeña camioneta para llegar a ese pueblo entre las montañas. Seis personas iban montadas; mi padre iba manejando. De pronto, la camioneta se descompuso, ya no podía con el peso de la seis personas. Estando contra el reloj se paran a la orilla de la carretera a pedir "bola" o trasporte a quien pasara. Supongo yo que sus posibles buenas expectaciones de un transporte de lujo se vieron reemplazadas con el conformismo; ya que lo único que se detuvo fue un camión cargado de arroz. Mi madre se subió en la cabina con el chofer y Gregorio, Yonaika, Nathalie y Vivian sobre el fardo. El chofer pensando que mi madre era estadounidense y no habla español sólo le decía: "¡Cristo viene!". Al aproximarse al pueblo le dijo: "Ya estamos llegando a Padre Las Casas (inserte acento de gringo)", pronunciándolo como si con el acento de angloparlante lo fuera a entender mejor. Al final llegaron sanos y salvos. Lograron cumplir con su misión. 

Luego de estas y otras experiencias inolvidables Vivian Alexandra regresó a su hogar en Borinquen con su libro de recuerdos repleto y el deseo insaciable de revivir esta aventura. Vivian fue sólo la primera visita. ¿Quiénes más se aventuraron y qué anécdotas tuvieron? Veamos...